18/4/08

EL GRAN DEFECTO DE LAS MUJERES


UN DEFECTO EN LA MUJER
Para cuando Dios hizo a la mujer, ya estaba en su sexto día de trabajo de horas extras.
Un ángel apareció y le dijo: "Por qué pones tanto tiempo en ésta?"
Y El Señor contestó: "Has visto mi Hoja de Especificaciones para ella?"
Debe ser completamente lavable, pero no ser de plástico, tener más de 200 piezas movibles, todas cambiables y ser capaz de funcionar con una dieta de cualquier cosa y sobras, tener un regazo que pueda acomodar cuatro niños al mismo tiempo, tener un beso que pueda curar desde una rodilla raspada hasta un corazón roto y lo hará todo con solamente dos manos."
El ángel se maravilló de los requisitos. "Solamente dos manos....Imposible!“
Y este es solamente el modelo estándar?
Es demasiado trabajo para un día...Espera hasta mañana para terminarla.“
No lo haré, protestó el Señor. Estoy tan cerca de terminar esta creación que es favorita de Mi propio corazón.
Ella ya se cura sola cuando está enferma. Y puede trabajar días de 18 horas."
El ángel se acercó más y tocó a la mujer.
"Pero la has hecho tan suave, Señor.
"Es suave", dijo Dios, pero la he hecho también fuerte. No tienes idea de lo que puede aguantar o lograr.
"Será capaz de pensar?" preguntó el ángel. 
Dios contestó:
"No solamente será capaz de pensar sino que razonar y de negociar"
El ángel entonces notó algo y alargando la mano tocó la mejilla de la mujer....
"Señor, parece que este modelo tiene una fuga... Te dije que estabas tratando de poner demasiadas cosas en ella" 
"Eso no es ninguna fuga... es una lágrima" lo corrigió El Señor.
"Para qué es la lágrima," preguntó el ángel.
Y Dios dijo:
"Las lágrimas son su manera de expresar su dicha, su pena, su desengaño, su
amor, su soledad, su sufrimiento, y su orgullo."
Esto impresionó mucho al ángel "Eres un genio, Señor, pensaste en todo. La mujer es
verdaderamente maravillosa".
Lo es!. La mujer tiene fuerzas que maravillan a los hombres. Aguantan dificultades, llevan grandes cargas, pero tienen felicidad,  amor y dicha.
Sonríen cuando quieren gritar.
Cantan cuando quieren llorar.
Lloran cuando están felices y ríen cuando están nerviosas.
Luchan por lo que creen.

Se enfrentan a la injusticia.
No aceptan "no" por respuesta cuando ellas creen que hay una solución mejor.
Se privan para que su familia pueda tener.
Van al médico con una amiga que tiene miedo de ir.
Aman incondicionalmente.
Lloran cuando sus hijos triunfan y se alegran cuando sus amistades consiguen premios.
Son felices cuando escuchan sobre un nacimiento o una boda.
Su corazón se rompe cuando muere una amiga.
Sufren con la pérdida de un ser querido, sin embargo son fuertes cuando piensan que ya no hay más fuerza.
Saben que un beso y un abrazo pueden ayudar a curar un corazón roto.
Sin embargo, hay un defecto en la mujer:
NECESITAN QUE ALGUIEN LES RECUERDE LO MARAVILLOSAS QUE SON.
La dinamitera manca que defendió Madrid.
Muere «Rosario la Dinamitera», la miliciana que inspiró a Miguel Hernández.
La miliciana Rosario Sánchez Mora, «Rosario la Dinamitera», inmortalizada en uno de los más conocidos poemas de batalla de Miguel Hernández, ha muerto hoy en Madrid a los 88 años, han informado fuentes del PCE.
Nacida el 21 de abril de 1919 en Villarejo de Salvanés (Madrid), fue una de las primeras mujeres en alistarse a los 17 años en las milicias populares que combatieron durante la Guerra Civil...
Hernández, a los pocos días de llegar a Alcalá de Henares, en noviembre de 1936, tuvo conocimiento de que una miliciana de su batallón, llamada Rosario Sánchez Mora, Chacha, había perdido la mano derecha en unas maniobras mientras ayudaba a fabricar bombas y explosivos. Era la única mujer de la sección de Dinamiteros. Cuando estuvo ingresada en el hospital fue a visitarla el filósofo José Ortega y Gasset.
Miguel Hernández le hizo un poema y después la invitó a ir con él a la radio para leer unos poemas: "No sabía quién era Miguel, sólo sabía que me había hecho una poesía, pero eso lo habían hecho otros, incluso uno me hizo una caricatura", declaró Sánchez.
En 1939, antes de que Franco entrara en Madrid, Rosario partió a Valencia, se reunió con su padre (de Izquierda Republicana), y se dirigieron a Alicante para huir. Pero fueron detenidos. Su padre fue fusilado.
Rosario Sánchez fue encarcelada durante el franquismo y condenada a muerte, aunque la pena le fue conmutada por treinta años de cárcel, de los que sólo cumplió tres. Ya en libertad, se hizo vendedora de tabaco.
A continuación se transcribe el célebre poema, Rosario, dinamitera, que el poeta Miguel Hernández, muerto en la cárcel de Orihuela (Alicante) en 1942, le dedicó:
ROSARIO LA DINAMITERA

Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación,
de cristales, de metralla
ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.

Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano una rosa
enfurecida, Rosario.

Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano porque de ella,
que ni un solo dedo agita,
se prendó la dinamita
y la convirtió en estrella!

Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores,
vedla agitando su aliento
y dad las bombas al viento
del alma de los traidores.

Miguel Hernández, hacia 1937

HOMENAJE A DON MIGUEL DE CERVANTES


DON QUIJOTE DE LA MANCHA.
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.

Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenía celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.