1/5/08

LA PRIMERA AUTOPSIA DE MEXICO Y AMERICA

Hospital Real de los Naturales, 1567-1768
Poco es lo que se sabe de esta institución durante los años en que funcionó como establecimiento franciscano. Lo que sí es conocido es que dispusieron de una reglamentación general para todos sus establecimientos escrita por fray Alonso de Molina y que otorgó a estos hospitales, incluido “Sanct Joseph” como también se le conoció en algún momento, una incipiente institucionalización.

La reglamentación adquirió mayor conformación cuando el hospital pasó a depender de la Corona, en 1556 y se independizó totalmente de la Iglesia por medio de la cédula real de Felipe II dada en 1591, refrendada por los dos siguientes monarcas. A través de ella se establecieron ciertas normas oficiales para su funcionamiento que rigieron durante todo el siglo XVII y parte del siguiente, pero durante todo ese tiempo, en estricto sentido, no se contó con un reglamento u ordenanzas específicas para la organización y funcionamiento del hospital a pesar de varios intentos. Se sabe que, como en la mayor parte de los hospitales franciscanos, fueron los propios religiosos quienes ejercieron como cirujanos y/o médicos con conocimientos empíricos, sin embargo se conocen muchos otros cirujanos que pasaron por sus pasillos debido a la Cátedra que ahí se estableció por la real cédula de marzo de 1768.

Dos años después de establecidos los cursos de Anatomía en el “Hospital Real de los Naturales” el virrey marqués de Croix expidió el 10 de abril de 1770 un Bando a través del cual dio a conocer a los cirujanos del reino el establecimiento formal en el hospital de la Cátedra o Escuela de Anatomía práctica y Operaciones de Cirugía en donde en lo sucesivo podrían estudiar los facultativos como es conveniente y necesario para el mayor acierto en la profesión y beneficio de la salud pública.

A lo largo del siglo XVII, el desarrollo del hospital enfrentó siempre la lucha por los recursos para su sostenimiento y contó, en términos generales, con el apoyo e interés de los virreyes, quienes recurrieron a la Corona para obtener mercedes y beneficios para el establecimiento. Debió haber sido una etapa de relativa tranquilidad administrativa, ya que las fuentes primarias no hacen mención a conflictos o serias dificultades en el funcionamiento de la institución, lo cual se refleja también en una escasez de fuentes primarias y en una especial larga permanencia de sus facultativos al frente de sus cargos.

Los cirujanos del Hospital Real de Naturales en la etapa de 1567 a 1768, previó al establecimiento de la Cátedra de Anatomía son los siguientes:

1.- Alonso López de Hinojosos: Nació en la población de Los Hinojosos del Marquesado en el distrito de Belmonte de la Provincia de Cuenca en España, hacia los años de 1534 ó 1535. Estuvo casado dos veces; su primer matrimonio lo celebró en España y de esa unión tuvo una hija. De sus segundas nupcias tuvo dos hijos y enviudó de nuevo, posiblemente durante la epidemia de 1576. Su trabajo en el Hospital Real de los Naturales durante el siglo XVI ha sido ampliamente comentado debido a que escribió el primer libro de cirugía de la Nueva España y que contó con dos ediciones. Fue un cirujano romancista, sin estudios académicos, pero con práctica realizada bajo la supervisión de buenos médicos y cirujanos como era indispensable para poder ejercer el arte de la Cirugía, probablemente haya practicado en Toledo. Desde su llegada a la Nueva España participó como cirujano y enfermero en los dos principales hospitales, el de “Nuestra Señora de la Concepción” (Hospital de Jesús) y principalmente en el Real de los Naturales. En este establecimiento trabajó, probablemente, durante los primeros 14 años de su estancia en México según él mismo lo asienta en su obra. Junto a su trabajo asistencial y administrativo en el hospital colaboró en una importantísima actividad médico-quirúgica, la primera autopsia que se ejecutó en América.

¿QUIEN ES PACA LA CULONA?

'EL LÁTIGO Y LA PLUMA', DE FERNANDO OLMEDA
Historias de supervivencia gay
ELMUNDOLIBRO
MADRID.- Mucho se ha escrito sobre la represión política durante el franquismo, pero apenas se ha arañado la superficie de la opresión, legal y social, que sufrieron otros 'opositores', más silenciosos e invisibles: los homosexuales. El periodista Fernando Olmeda -presentador de los informativos de Telecino- relata en 'El látigo y la pluma' las difíciles vidas de muchos homosexuales, mientras describe los engrasados mecanismos de persecución y castigo del régimen franquista.

Su objetivo, "devolver el honor robado" a todos aquellos que fueron ultrajados en tiempos del dictador por su opción sexual.

A través de conversaciones con algunos de los protagonistas -muchos con sus nombres y apellidos, alejado ya el fantasma de la persecución, y otros, todavía, bajo nombre supuesto-, Olmeda retrata con crudeza, pero sin hacer concesión alguna al morbo o al dramatismo, el transcurrir de 40 años de discriminación, hipocresía y clandestinidad. En sus páginas se huele mucha vergüenza, pero también hay grandes ejemplos de superación personal y toneladas de sinceridad refrescante.

El autor comienza y termina su libro con dos parejas de retratos. Los dos primeros reflejan la España fascista de la posguerra y los dos últimos, el fin de una época de represión y condena. "Salí del armario cuando salí del coño de mi madre", declara a sus 80 años Manuel Granda, 'Pirula', quien nunca ocultó su condición y sobrevivió a múltiples detenciones en las cárceles de Franco. José Luis Amarilla, otro superviviente, fue bailarín y llegó a actuar dos veces ante el Generalísimo y su señora.

"En la España de Franco ni había ni podía haber maricones", explica en el prólogo el también escritor y periodista Rafael Torres. Tras la Guerra Civil, el modelo de hombre era el de 'mitad hombre, mitad soldado' o, como destaca Olmeda, "España era un país castrense y castrado" cuya seña de identidad se reducía al "machismo orgánico".

'Paca la Culona'

"Patos", "acaponados", "blancanieves", "sodomitas", "sarasas", "bujarrones", "violetas" son algunos de los eufemismos utilizados para citar a los homosexuales en unos años en que se les asociaba invariablemente con la delincuencia y la depravación moral. No deja de ser curioso, sin embargo, para un país gobernado por un general a quien sus compañeros de armas conocían, entre chanzas, por 'Miss Islas Canarias 1936' y 'Paca la Culona'.

La moral dominante, pues, era la doble. Y doble era la vida que debían llevar entonces los homosexuales. Algunos recurrían al matrimonio de conveniencia, pero la homosexualidad se practicaba lo mismo en las casas de citas que en los cuarteles o en las prisiones y en los seminarios.

Uno de los testimonios más impactantes del libro es el de Juan Soto, 'Katy', que Olmedo califica de "buscavidas de posguerra". Difícil encontrar una biografía tan intensa. Hijo de comunista, era homosexual reconocido y terminó como delincuente por necesidad. Fue violado a los 12 años, se escapó de casa a los 13, le inició en el sexo un cura, empezó a acostarse con otros hombres para estafarlos y robarlos, fue detenido, sometido a un consejo de guerra en Melilla acusado de 'deshonor militar'... y terminó su vida felizmente jubilado en Canarias.

Ley de Vagos y Maleantes

Mediada la década de los cincuenta, se endurece la Ley de Vagos y Maleantes, "que considera al homosexual peligroso 'per se', se le priva de libertad y se le somete a vigilancia para salvaguardarle de sus instintos degenerados", explica el autor. Reveladora resulta al respecto la entrevista que Fernando Olmeda mantiene con un policía de la época que aparece con un nombre supuesto. "¿Mandar a un maricón a la cárcel? Yo, jamás", asegura.

Olmeda recurre a otra galería de personajes para retratar la época: un sacristán que se resiste a poner nombre a su identidad sexual, un poeta que comenzó afiliado a la Falange. También enumera los 'aliviaderos públicos', los lugares donde se refugiaba el 'pecado nefando': descampados, saunas, los últimos vagones del metro, los lavabos de salones recreativos, centros comerciales y estaciones de autobús. Un capítulo especial merece el cine Carretas de Madrid, que cerraron el sida y los robos, y ahora es una sala de bingo.

Escaso espacio ocupa en el libro el lesbianismo, reflejo también de la mayor invisibilidad de las mujeres homosexuales. De hecho, asegura el autor, muchas mujeres ni siquiera tenían conciencia de ser lesbianas, que carecían de modelos autóctonos. Mientras "los hombres frecuentaban bares, saunas, bailes", las mujeres "permanecían en las catacumbas de su individualidad", reflexiona el periodista. Casi el único ejemplo de lesbiana militante que aparece en la obra es el de Empar Pineda, que durante muchos años casi aparecía como la única mujer abiertamente lesbiana del país.

En los setenta se promulga la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, "un instrumento represor de primer orden, porque, al no tipificar delitos, no imponía penas, sino medidas de seguridad para regenerar a sujetos peligrosos". Según las cifras de Fernando Olmeda, un millar de homosexuales fueron encarcelados entre 1970 y 1979 en aplicación de la ley. Entre ellos, destaca, "había muchos peluqueros y pocos estudiantes", la mayoría "prostitutos y afeminados que hacían ostentación pública de su opción sexual". La tolerancia era mayor para los artistas e intelectuales. Muchos de ellos terminaron en el Centro Penitenciario Asistencial de Huelva, que se convirtió en una cárcel para gays.

Despertares

Pero fue también entonces cuando los homosexuales empezaron a hacerse notar en una sociedad española que se abría al resto del mundo y despertaba de 40 años de letargo. Hablan la canaria Rosario Miranda, nacida Domingo Regalado, y Paca la del Puerto, el primer travesti del país. Aparecen los transexuales, "carne de cañón para terarpias aversivas y constantes agresiones sexuales". Entre 1970 y 1975 nacen el Movimiento Español de Liberación Homosexual y el Front d'Alliberament Gai de Catalunya. Los homosexuales comienzan a ocupar espacios de la vida ciudadana, 'La guía del ocio' incluye una sección de contactos gay.

La pareja de retratos con que Olmeda cierra 'El látigo y la pluma' son los de Antonio Roig, el carmelita que quedó finalista del Premio Planeta en 1976 con 'Todos los parques no son un paraíso' y fue expulsado de la orden por el contenido homosexual de la obra, y el de Antonio Ruiz, condenado sin juicio tras serle abierto un expediente de peligrosidad que no consiguió destruir hasta 2001.

El punto y final del libro lo pone el autor con una advertencia: la homofobia sigue vigente en España (pone como ejemplo cinco agresiones callejeras a homosexuales). Y un desafío: la igualdad.